miércoles, 17 de septiembre de 2008

Si no hay reforma moral, no hay reforma política

Se quiera o no aceptarlo, el rechazo a la resolución 125 marca un antes y un después en nuestra sociedad. Los cuatro meses de conflicto trajeron aparejado un sentimiento nacionalista que no se vivía, tal vez, desde la recuperación de la democracia. El pueblo, callado por largos años, salió a la calle y se reavivó un debate nacional ante los ojos atónitos de funcionarios y legisladores de la Nación.
A dos meses de una parcial resolución del conflicto, parece que nada ha quedado de aquellos días. Ante nuestras narices, día tras día se descubren casos gravísimos de corrupción; y sólo los diarios más opositores y argumentadores en contra de la gestión de Cristina Fernández continúan publicando sus investigaciones referidas al olvidad caso Skanska, el multimillonario gasoducto del sur, la carencia de radares, el creciente gasto público, el default de fin de año. Pero nada parece alertar al ciudadano.
¿No se dan cuenta que la actual administración del Estado no es más que una resaca menemista? Lean, lean, lean. Está adelante nuestro, se escucha, se percibe. No me voy a poner en el gastado papel del típico crítico de Tinelli y su monstruo Ideas del Sur, porque sólo me queda sacarme la galera y felicitarlo por ser un excelente empresario que sabe qué es lo que busca y le gusta al público. Y ahí se centra la cuestión. El público. Qué es lo que genera que sea más importante un streap-dance que el bochornoso caso de Antonini Wilson y los casi u$s 800.000 para la campaña de..¡Sí! Cristina Fernández; o que sólo esté cubierto el 10% del espacio aéreo argentino mediante radares para que no salgan a la luz la infinidad de pistas de aterrizajes clandestinas, y que nadie de la ciudadanía se altere por tal cuestión.
Durante varios años, y hasta no hace mucho, mis críticas estaban orientadas a los funcionarios del Estado. Hoy me doy cuenta que estaba equivocado, y llego a la conclusión de que acá hay un único culpable y es el ciudadano. Es éste el que le atribuye todos sus pesares al Gobierno de turno, y, claro está, nunca se va a hacer responsable ni reconoce que hay una unión directa entre él y el funcionario ‘X’ ya que fue el mismo quién lo puso en ese lugar. Me estoy refiriendo a la extensa mayoría que hoy habita nuestro país, obviamente no englobo a la minoría racional y coherente.
La Sra. Presidente planteó el Pacto del Bicentenario. Un tanto ambicioso a mi entender si es que seguimos recorriendo el mismo riel que hemos estado transitando por estos años. Primero que nada hay que lograr un contrato con nosotros mismos. Un contrato civil que requiere la subordinación de los intereses particulares y en donde cada uno de nosotros se une a todos y a nadie en particular.
Pero para lograr esto, es imprescindible una fuerte cuota de educación en general y de enseñanza política en particular. Y enseñanza política como formación ciudadana, no como partidismo. Claro que uno puede elegir militar en un proyecto, siempre y cuando tengamos en claro qué es lo que queremos para nuestra Nación. Y, perteneciendo a distintos partidos políticos o no formando parte de ninguno, debemos generar una Voluntad General que no sea la suma de los intereses de cada uno, sino que logremos un consenso para con nosotros mismos y para el bienestar y progreso de nuestro país.
Mientras continuemos en este vaivén de proyectos políticos sin base ideológica alguna o sustento en la racionalidad - y repito, producto del voto popular - es difícil que logremos un cambio radical, tan necesario para nuestra Nación.
Juan Ignacio Agarzúa

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